Helene Janeczek ‘La chica de la Leica’
Otra de las novedades de nuestra biblioteca de Zuia en este curso es la aclamada novela ‘La chica de la Leica’ de la escritora Helena Janeczek (Múnich, 1964) quien nos invita a descubrir la figura y personalidad de Gerda Taro (Gerda Pohorylle), una mujer alegre, comprometida, apasionada y libre que se dedicó en alma y cuerpo a la fotografía. Fue pionera en este arte y una valiente fotorreportera, unida profesional y sentimentalmente a André Friedmann. Juntos trabajaron bajo seudónimo en una suerte de unión que dificultó, en perjuicio de Taro, conocer, distinguir y atribuir las fotos de cada uno.
A lo largo de la novela, la autora describe con un lenguaje pleno de riqueza, la huella indeleble que dejó Gerda Taro entre quienes la conocieron y lo hace a través de la vida, recuerdos y sentimientos de tres amigos, como ella antifascistas y como ella exilados en París: Willy Chardack y Georg Kuritzkes, ambos enamorados de Taro, aunque con distinta suerte, y Ruth Cerf con la que vivió después de su huida de Alemania.
Su lucha contra la discriminación y la persecución, junto a la de otros muchos que siguieron ese camino, proporcionan un pulso heroico al libro, pero es Taro con su entusiasmo, optimismo y belleza, con su trágica muerte mientras cubría la Guerra Civil española, la protagonista indiscutible, la que centra esta nostálgica y necesaria historia, con tres puntos de vista diferentes, tres maneras de enfrentar la realidad vista desde 1960 –Willy y Georg–, y 1938, Ruht.
A lo largo de las páginas el lector va descubriendo un ser especial, y puede también imaginar ese estilo particular que hacía de Gerda Taro una mujer diferente y única, incluso en lo físico. Así se contempla en el relato del momento en que Willy Chardack la vio por primera vez a finales del verano de 1926: “Estaba volviendo a casa en tranvía cuando, en una parada, le llamó la atención una mujer frente al escaparate de una modista. Llevaba medias de encaje y zapatos de una tonalidad algo más oscura, un vestido color marfil que acababa en suaves pliegues por encima de la rodilla, el pelo castaño dejaba al descubierto, entre la línea de las orejas y los hombros, una extensión de piel ligeramente ambarina. Willy deseó con todas sus fuerzas que el tranvía no arrancara para poder verle la cara a esa mujer de una elegancia ten irreal, cinematográfica.”
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